DEFINICIÓN DECRIOGENIA
El concepto de criogenia alude a las técnicas y las prácticas que se llevan a cabo apelando a temperaturas muy bajas. La criogenia se aplica en procesos de diversos ámbitos.
Uno de los usos más frecuentes de la criogenia está vinculado a los materiales superconductores (que, bajo ciertas condiciones, pueden desarrollar la conducción de la corriente eléctrica sin resistencia y sin que se registren pérdidas de energía). Para que se genere la superconductividad, es necesario alcanzar temperaturas muy bajas, inferiores a los -138 °C. La criogenia, en este marco, permite que los imanes superconductores de los equipos de resonancia magnética nuclear se mantengan a la temperatura que necesitan, por ejemplo.
Otra utilización de las técnicas de la criogenia se encuentra en el proceso de congelamiento de alimentos. Mediante la aplicación de dióxido de carbono o de nitrógeno, es posible congelar los productos alimenticios para su conservación.
El concepto de criogenia también aparece vinculado a la criopreservación, más precisamente a la criónica. Se llama criopreservación al congelamiento de tejidos y células a temperatura muy baja para que sus funciones vitales disminuyan al mínimo y se interrumpa la actividad biológica. La criónica consiste en preservar seres humanos y otros animales bajo estas condiciones cuando los conocimientos actuales no alcanzan para mantenerlos con vida: el objetivo es que, en el futuro, con el avance de la ciencia, los seres vivos congelados puedan ser reanimados para recibir el tratamiento adecuado.
Es importante destacar que muchos científicos dudan sobre la utilidad actual de la criónica dada la imposibilidad de revertir el proceso (es decir, de “revivir” a los seres cuya vida se encuentra suspendida).
El mayor dilema de la criogenia aplicada a la conservación de seres vivos para su posterior vuelta a la vida se centra en las cuestiones morales, en los derechos de los seres vivos, en el alcance de nuestro accionar en este planeta. Muchos piensan en el aclamado Walt Disney cuando surge la palabra criopreservación, ya que en su momento se esparció el rumor de que había recurrido a esta técnica para no dejarse morir ante un cáncer de pulmón; sin embargo, existen casos reales de personas que no participan de esta decisión, como ocurrió en el año 2015 con la niña tailandesa Matherym Naovaratpong.
Matherym Naovaratpong, a quien su familia llamaba cariñosamente Einz, falleció antes de cumplir los tres años a causa de un tumor cerebral. Sus padres, ambos ingenieros médicos, decidieron «darle a su hija una segunda oportunidad», y con ese objetivo solicitaron a la organización sin ánimo de lucro Alcor, situada en Arizona, Estados Unidos, que mantuviese su cerebro en su centro por medio de la criogenia para traerla de vuelta a la vida en el futuro.
El sufrimiento por la pérdida de un ser querido es algo que no puede definirse, medirse o explicarse, y que todos desearíamos evitar. Sin embargo, es posible debatir que no está en nuestras manos decidir quién vive y quién muere, o cuánto debería durar la vida de cada persona; aunque nos cueste mucho aceptarlo, esta aparente arbitrariedad, que permite a un individuo cruzar la línea de los cien años y se lleva a una niña de tan sólo dos, es parte de la vida.
Los expertos en este tipo de criogenia no prometen resultados fantásticos, sino que admiten que por el momento están conduciendo un auténtico experimento. Muchos creen que a mediados de este siglo veremos los primeros resultados, pero en la actualidad no existen pacientes que hayan sido «revividos». En el caso particular de Einz, dado que solamente se conserva su cerebro, no se espera que ella misma continúe viviendo sino que, en el mejor de los casos, será otro individuo con sus recuerdos quien vuelva a los brazos de sus padres.